A mediados de los años 50 llegaron a Lima William Chan Lau, inmigrante chino, y su esposa Juana Chin, ciudadana peruana de ascendencia china, procedentes de una China Continental emergente y -anteriormente- residentes de San Francisco, en donde William trabajó como Chef en sus años mozos.

La Lima de los 50’s era una ciudad muy tradicional, con un horario laboral que permitía regresar a casa para comer, por lo que la asistencia a los restaurantes era reservada para ocasiones especiales y se daba mayormente en lugares amplios y aparentes. Esto hacía que la idea de implementar un pequeño negocio de comida tuviera pronósticos de rotundo fracaso y muy poco apoyo por parte de quién la escuchaba.

No obstante, como es habitual en las historias de inmigrantes en el Perú: un gran empeño y terquedad ilimitada, acompañados de ingenio para afrontar la escasez de recursos, hicieron avanzar los planes de William, y allá por fines del 58, aunque sin bombos ni platillos y con sillas hechas por sus propias manos, abrió un muy pequeño restaurante en el barrio chino, con más aspecto de cafetín de barrio que de gran establecimiento.

Su esposa, hispano hablante, era su nexo con este mundo occidental sirviendo de asesora, traductora y ayudante de cocina, además de administradora. Su comida no era muy elaborada pero de sazón excelente, el trato era muy personal, y el estilo de comida era uno que permitía que -junto con los demás factores- el cliente se sintiera como en familia.
Esta fórmula funcionó y para fines de los 60’s, el modesto local se había vuelto tan conocido que el desaparecido semanario 7 DIAS de LA PRENSA le hizo un reportaje titulado: “SITIECITOS PARA COMER”, lo que atrajo a muchos más comensales (incluso algunos que solían frecuentar lugares elegantes) y le permitió a William terminar de consolidar el sueño de todo inmigrante: mantener a su familia y prosperar cada vez más durante las dos décadas siguientes.

Para los 80’s, llegó la hora de mudarse. El barrio chino había sido invadido por el comercio ambulatorio, trayendo caos y desorden, por lo que en 1983 se abrió un nuevo local en la primera cuadra de la Av. Canadá: con el mismo estilo de trabajo y sazón, pero con una carta mejorada que atrajo a viejos amigos y nuevos comensales.

Aún se puede recordar el día de la inauguración en Av. Canadá, aunque por consecuencia de un atentado terrorista. El sacerdote encargado de la bendición del local tuvo que hacer su labor sumido en la más completa oscuridad y como chinos, famosamente supersticiosos, en voz muy baja se comentaba... ¡Qué mala suerte!. Aunque -el tiempo demostraría- no fue tan mala, ya que en 1992, TITI estaba en su local actual: bastante más amplio, con mejor infraestructura, una carta todavía más interesante y con más ímpetu que nunca al mando de William Chan Jr, conocido también por su consecuente apodo TITI.
En el nuevo siglo, luego de obtener múltiples galardones en eventos empresariales y ser reconocidos tres veces consecutivas (2011-2013) como ganadores del premio SUMMUM en la categoría de comida china, ingresamos a una nueva etapa: un TITI remozado.

En el 2014, se inician labores de refacción y acondicionamiento para abrir paso al TITI, como lo conocemos; una transición hacia un estilo contemporáneo que conservó un solo detalle clásico que seguro muchos conocerán: la columna de espejos en mosaicos. Columna que las arquitectos Costa-Herrera estuvieron tentadas de modificar, pero que optaron por mantener cuando se les hizo referencia a que allá en 1992, con pocos recursos, apremio y una columna desvestida; fue vestida de ese modo por el ingenio criollo de alguien que frente al apremio y los pocos recursos, encontró en esta idea una solución creativa a la columna desnuda.

Albino -el responsable de la idea- trabaja en el TITI desde que estaba en la Av. Canadá pero su experiencia anterior fue en una vidriería, por lo que él mismo cortó cada uno de los mosaicos y la que suscribe y su amiga Ana completaron la historia, pegando cada pequeño vidrio hasta que acabaron de vestir la columna, centro del local y símbolo del esfuerzo y perseverancia frente a la adversidad.

Hoy, TITI es más que una historia que empezó a mediados del siglo XX y que con una tercera generación en marcha, se va reinventando para estar vigente en este nuevo momento, y para seguir bregando con el espíritu de lucha que suele caracterizar a los Hakká, el mismo que llevó adelante un sueño a convertirse en un relato que cumple más de 6 décadas, y que apunta a continuar contándose por muchos siglos más.